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martes, 27 de diciembre de 2016

"CUENTOS PARA LEER SIN RIMEL"...El Abuelo en la Apolo...De Poldy Bird...PARA VOS...

DE NUESTRO BLOGS: UN REGALO PARA AMIGOS Y AMIGAS...
EL ABUELO EN LA APOLO
:...
Nada había que no hubieras sido, abuelo. Yo me quedaba fascinado escuchando tus historias, esas interminables narraciones de tus fabulosas aventuras; algunas veces los finales se encontraban con mis ojitos cerrados por el sueño, y al día siguiente me trepaba de tus rodillas pidiéndote que lo contaras de nuevo.
Mis siete años no van a olvidarse nunca de tus grandes pies hundiéndose en las



nieves eternas, en los filosos hielos perennes del Polo; ni de tu solitaria embarcación azotada por los vientos mientras dabas la vuelta alrededor de la tierra y conocías islas remotas habitadas por gigantes o por minúsculos enanos.Y aquel país, abuelo, en donde crecían árboles con forma de juguetes, plantados anualmente por Papá Noel y puntualmente cosechados en diciembre...
Yo me peleaba con los chicos de la escuela, porque ellos decían que no era posible que hubieras sido vigilante, bombero, aviador, capitán de barco, guarda de tren, jockey, oficial de la guardia de la reina, payaso, trapecista, maestro, vendedor de globos y calesitero. Se me humedecían los ojos de rabia cuando le colgaban la palabra "mentiroso" a tu ancha cara sonriente, a tu cuidada barba legendaria (pienso que fue tu barba la que me hizo creerte siempre, tu barba blanquecina que te daba un aspecto sabio, imponente). Pero después me tranquilizaba diciéndome: "Es la envidia... ninguno tiene un abuelo como el mío".
Abuelo con caramelos en los bolsillos, con monedas especiales para mis vueltas en calesita, siempre paciente y sereno para contestar a todas mis preguntas para sacarme del paseo cuando mamá tenía que hacer limpieza general en la casa o cuando iba a recibir a esas aburridas señoras que me pellizcaban las mejillas y se esforzaban para hacerme recitar los versos de mi primero superior.
Tú eras mi compinche de pipa olorosa, yo era tu compinche fumador de cigarrillos de chocolate. Abuelo de ojos claros, abuelo que no tuviste tiempo de decirme adiós la noche en que tu corazón se detuvo, ya cansado de tanta aventura, de tanta vida vivida plenamente. Han pasado muchos años...
Tu compañero de rodillas huesudas y pantalones cortos, tu compañero de flequillo despeinado hoy es un hombre con sus horarios, sus obligaciones, su propia pipa, dos hijos corriendo a abrirle la puerta a las siete y media de la tarde, cuando llega del trabajo. Un hombre que firma boletines de clasificaciones, se ríe a escondidas de las travesuras de sus chicos y tiene tu retrato colgado en tu cuarto. Un hombre como a vos te hubiera gustado que yo sea. Seguramente, abuelo. Porque cada vez que pude haber flaqueado, tu fuerza me dio un empujón hacia adelante. Y cada vez que estuve al borde del aburrimiento... me trepaba a tu barca y recorría los mares, o apagaba junto a vos un incendio, o picaba boletos en un tren, o le ayudaba a Papá Noel a sembrar las semillas de los árboles de juguetes.
Heredé tu pipa, los caramelos en mis bolsillos, algunas estrafalarias historias que les cuento a mis hijos antes de que se duerman. Heredé tus ojos, que sabían ver las cosas más hermosas del universo y de la vida. Abuelo... pero hoy, 21 de julio de 1969, quiero decirte una cosa: tan compinche, tan amigo... y no me avisaste que ibas a estar en la Apolo 11.
Como la mayoría de los seres de la tierra estuve sentado frente al televisor, ansioso, fumando nerviosamente (No, Marcela, no tengo ganas de cenar, pero ten preparadas dos copas de champán para brindar cuando Armstrong ponga su pie en la luna).
-No hagan bochinche, dejen escuchar...
¿Qué fue lo que contestaron desde Houston?
¿Que faltan apenas cinco minutos?
Ellos, allá, dos hombres en el módulo, con ciento cincuenta pulsaciones por minuto... Y yo aquí, también con ciento cincuenta, creo.
-Ahora, ahora, Marcela, chicos, miren, ahora... se ha abierto la escotilla ahora...


ahora... ¡Y era tus pies, abuelo!, tus pies bajando suavemente la escalera, tu pie izquierdo posándose como un ala sobre la tiza gris de la Luna.
-Es el abuelo.
El abuelo que quién sabe con qué artimañas convenció al astronauta para que le dejara el puesto de comando...
-¿Quién, quién dijiste que es?
-Armstrong -respondí.
No, no podía decirles la verdad, este último secreto que es solamente tuyo y mío, de nosotros dos: abuelo y nieto, camaradas, compinches. Mis siete años tironeándote la barba; mis treinta y cinco años levantando una copa de champán y brindando, con los ojos mojados, por el priero hombre que puso sus pies en la luna. (Por tí, abuelo, créeme, que... por tí...).

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