Tiempo atrás debatíamos con un forista español respecto de que según él nos habíamos equivocado al manifestar que la OTAN no iba a terminar atacándolo a Gaddafi. Nosotros le explicamos que la política es una acción humana y por lo tanto libre, a diferencia de los fenómenos naturales, en donde sabemos que siempre que se unen dos partículas de hidrógeno con una de oxígeno tendremos agua por resultado. En aquel caso como en otros Gaddafi mismo se había encargado de indicar todo el mal que les sobrevendría sea a ellos como a sus socios israelitas en el caso de que no estuviese más en el poder, recordando el muy parecido de Saddam en Irak en donde, luego de su expulsión abrupta, no ha quedado la democracia, sino la desangrante guerra civil con la presencia cada vez más activa de Al Qaeda a través de su cobertura el Estado Islámico.
De cualquier manera es de destacar que en tal soltada de mano y ataque que se le hiciera al tirano libio no hubo en manera alguna unanimidad entre los occidentales. Hubo varios dirigentes significativos que, sea entre bastidores como a cara limpia, manifestaron la inconveniencia de tal acción por las razones antes esgrimidas, sin embargo no se les hizo caso pues acá de lo que se trata no es de un antagonismo en los principios sino de dos estrategias diferentes para hacer frente a un mismo problema que aqueja al mundo libre y que es el avance cada vez más vertiginoso del fundamentalismo islámico que inclinara la balanza en forma peligrosa un famoso 11 de septiembre del 2001. El problema es aquí similar, aunque mucho más riesgoso, al que se viviera en América Latina cuando existía el peligro del avance del comunismo ruso-cubano. Había algunos que decían que el mejor antídoto ante el mismo era la democracia en tanto que, al ser el mejor de los sistemas posibles, iba a terminar convenciendo a la gente respecto de las superioridades representadas por el ‘occidente’ sepultando definitivamente el comunismo a través de sus ‘logros’. Otros en cambio manifestaban que no se podía ser democráticos con quienes, en tanto negaban tal principio, impedían que se pudiese consumar y que por lo tanto había que acudir a regímenes dictatoriales y represivos provisorios encargados de dar cuenta de tal mal a fin de poder sanear el sistema. Los primeros les reprochaban a los segundos que de este modo, si bien pudiesen estar retrasando las cosas, estaban sembrando las semillas del triunfo del mal mayor. Hoy en día pareciera estar triunfando la primera postura principalmente a través de la presidencia de Obama al cual no por nada sus detractores califican como un fundamentalista infiltrado. Se considera en tal caso que, de existir regímenes tiránicos que repriman al pueblo y se perpetúen ilimitadamente en el poder, con el transcurso del tiempo, la alternativa será no una democracia sana, sino el triunfo de un régimen fundamentalista que será capaz de aprovechar la situación. Por ello es que hoy EEUU ha modificado incluso por razones económicas la estrategia antes implementada con la anterior presidencia de Bush de mantener regímenes democráticos amañados con la presencia del ejército norteamericano o a través de dictaduras militares, sino que en cambio tiende a retirarse de las guerras, dejando actuar libremente a las naciones antes ocupadas. Es así como hoy abandona Irak, lo hará muy pronto con Afganistán, en donde Francia, uno de sus principales aliados, ha comenzado a desmantelar sus bases, y tratará de elaborar una estrategia guerrera de carácter selectivo, la que fuera promocionada especialmente el pasado año con la muerte de Bin Laden y que se repite diariamente desde hace tiempo con los ataques de drones o aviones inteligentes que eliminan objetivos enemigos precisos luego de haber previamente efectuado tareas de inteligencia en la zona. A esto se asocian también los ataques terroristas acontecidos en Irán en donde se han eliminado a varios científicos nucleares y a militares de alto rango utilizando los servicios de agentes infiltrados generalmente sobornados con dinero. Sin embargo no todos están de acuerdo con este nuevo tipo de guerra implementado por Obama y que se está desarrollando también en otros lugares como Yemen y Somalia. Sus detractores, los pertenecientes al bando de los halcones, consideran que no siempre se eliminan a jefes de organizaciones, y que los cuadros que mueren son rápidamente sustituidos por otros. Asimismo, en razón de generar muchas muertes de civiles, muchas veces inducidas a propósito por agentes de doble servicio, su elemento contraproducente es que incrementa el sentimiento antinorteamericano entre las poblaciones atacadas y de esta manera termina incrementando también la base de sustentación de los grupos radicalizados.
Además de todo ello tienen en cuenta que las recientemente implementadas democracias en los países en donde ha triunfado la ‘primavera árabe’ no han dado como se pensaba el triunfo de liberales enamorados del ‘mundo libre’, de bloggeros, pacifistas o feministas de los que tanto abundan entre nosotros, sino en cambio el de partidos abiertamente islamistas y en algunos casos radicales. El caso más dramático ha sido Egipto en donde la suma de nucleamientos de tal signo ha rozado ya el 70% de la totalidad de los votos y entre éstos se observa con preocupación que no están solamente los moderados de la Hermandad Musulmana, partido que ha efectuado ya varios juramentos siempre dudosos de rechazo por la violencia sino los abiertamente salafistas que sostienen lazos claros con Al Qaeda. No casualmente uno de ellos, recientemente electo diputado, manifestó públicamente que debe permitirse el regreso al país del líder de tal organización, Al Zawahiri. Y estos triunfos se están sucediendo en todas partes incluso en el día de ayer en el pro-occidental emirato de Kuwait en donde los islamistas lograron el control absoluto del parlamento. Obama sin embargo está convencido de que el hecho de que participen de elecciones libres, debido a las delicias del sistema, hará que abandonen la violencia. Por tal razón es que está dispuesto a seguir adelante con su estrategia de acompañar la primavera democrática. Así pues ha impulsado nuevamente como en Libia una intervención de la ONU para pacificar tal país y obtener la salida de Assad del poder. Pero henos aquí que ésta no es la postura de los halcones, hoy en día curiosamente representados más por Rusia y China que por el gobierno de los EEUU. Los primeros le reprochan a su par norteamericano su intención de retirarse de Afganistán y dejar abandonado al régimen de Karzai a su destino. Esto lo han señalado varias veces en las reuniones de la OTAN en donde han participado solicitando un mayor compromiso de la organización en la guerra contra el fundamentalismo que lleva adelante en su propio territorio. Además el déspota Putin ha comprendido también que tal primavera que ha estallado en el mundo árabe se está extendiendo peligrosamente hacia el propio territorio en donde en el día de ayer, a pesar de haber más de 20 grados bajo cero de temperatura, una multitud se congregó en la plaza para repudiar sus intentos de perpetuarse en el poder. Esto es lo que explica el repentino cambio de estrategia de Rusia que acaba de vetar, respecto del agónico régimen de Assad en Siria, una resolución de intervención que en cambio había aceptado al tratarse del régimen de Gaddafi. Bien se sabe que tarde o temprano Assad va a sucumbir pues la primavera árabe es incontenible, aunque la no presencia de fuerzas internacionales solamente logrará prolongar su agonía y por lo tanto acentuará los impulsos radicales. Es ya una fija que seguirá el mismo camino de sus pares Ben Alí, Mubarak, Gaddafi y Saleh.
Es dentro de este contexto de rivalidad de posturas para hacer frente a un mismo problema que debe comprenderse el problema complementario representado por la actual coyuntura que enfrenta en forma radical a Israel con Irán hablándose desde varios sectores de la inminencia de un ataque del primer país a sus instalaciones nucleares entre los meses de marzo y abril, lo cual desencadenaría una guerra de alcances difíciles de prever.
Al respecto hay que indicar que de ninguna manera los gobiernos de los EEUU y de Europa están de acuerdo con tal intervención ya que la consideran sumamente riesgosa. Y en esto hay que tener en cuenta que los distintos presidentes yanquis siempre han intentado a cualquier costo evitar lo que sería para ellos un peligro de suma gravedad: la alianza entre los sectores chiítas y sunitas del Islam motorizada a través de sus grupos fundamentalistas más radicales. Por el contrario han tratado siempre de estimular su rivalidad y encono a fin de mantener dividido a dicho mundo. Un ataque de tal tipo produciría pues el efecto no deseado y ésta es la razón por la cual siempre se hesitó en efectuarlo aun por parte de los sectores más afines a los halcones. Pero el problema es que Israel está sumamente preocupado con el triunfo parlamentario de los grupos radicalizados en países que antiguamente habían sido neutrales y dispuestos a reconocerlo como Estado. Siempre volviendo a Egipto el triunfo de la ‘primavera’ ha traído como resultado la constitución de la rama de Al Qaeda en el Sinaí y la sistemática destrucción de gasoductos que se dirigen hacia su territorio. Por ello su líder Netanyahu considera que chiítas y sunitas radicales, a pesar de tener serios antagonismos entre sí, están sin embargo unidos por un odio irreversible hacia el Estado sionista y que este factor los va a seguir uniendo cada vez más por lo que es preferible terminar cuanto antes con aquel Estado capaz de desarrollar tecnología nuclear aun corriendo los riesgos que ya existen sin una acción de tal tipo. Claro que recibirá presiones de todo tipo para no hacerlo y ya hemos presenciado cómo los sectores republicanos más duros de los EEUU, como Gringrich, apoyan decididamente tal intervención pues consideran que es anticiparse antes de que sea demasiado tarde al despliegue de un problema irreversible.
Lo que sucederá al respecto es una incógnita, pues como hemos dicho se trata siempre de acciones humanas y por lo tanto libres. Lo que sí habría que destacar es que en el fondo, de acuerdo a la teoría de que los extremos se tocan, no sólo Netanyahu está de acuerdo con accionar militarmente contra Irán, sino que el mismo Al Qaeda llega a ver en tal intervención una confirmación de su principal consigna de que, para terminar con el sistema, hay que llevarlo a efectuar las mil y una guerras. Y en esto hay que reconocer que Bin Laden y Bush -y ahora también Netanyahu- terminaban estando de acuerdo, aunque ello no tenga por qué significar que uno sea el agente del otro o viceversa como sostiene cierta literatura frívola que circula en abundancia.
Walter Preziosi
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